El templo del señor de las bestias en Nepal: donde el fuego purifica la muerte y la vida vuelve a sus orígenes

Insalubre para algunos y chocante para otros, el ritual de cremación a cielo abierto y deudos impertérritos del templo de las bestias ofrece una lección clara y directa de humildad y aceptación frente a la fragilidad y transitoriedad de la vida. El fuego inclemente del Pashupatinath nos recuerda a todos que somos iguales ante la muerte, una realidad de la que ni humanos ni animales podemos escapar.

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A lo largo del río Bagmati, a unos cien metros de la vía que conduce al aeropuerto de Katmandú (capital de Nepal) y en medio de la ciudad, se encuentra uno de los santuarios más importantes del hinduismo: el templo Pashupatinath. Pashupati es una manifestación benevolente del dios Shiva, venerado en este templo como el señor de las bestias. Según mi guía, en el hinduismo, humanos y animales somos considerados bestias y Shiva nos protege a todos por igual. Vivos y muertos coexisten en el Pashupatinath para recibir las bendiciones de Shiva y las buenas intenciones de todos los que vienen a orar o a cantar por ellos mientras la muerte se purifica a través del fuego y vuelve a ser vida al caer al río en forma de cenizas.

Llegué al templo al comienzo de la noche en un sábado de enero de 2018, como a las 6:30 de la tarde. El complejo religioso y funerario está conformado por escaleras que descienden a cada orilla del río putrefacto y que son interrumpidas por un sendero de circulación a cada lado del cauce. En el sentido de las aguas, la orilla izquierda alberga pequeños altares y una gran plataforma de oración en la que pueden caber hasta cien personas. En el margen derecho se encuentran los edificios principales, especialmente el altar de Shiva, erigido como una torre con techo de pagoda y reservado para los hinduistas. En la misma orilla, plataformas de cemento y piedra interrumpen las escaleras y se adentran en el río. Es en ellas donde son incinerados los cuerpos de personas que murieron dos o tres horas atrás.

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Plataformas de incineración, templetes y hospicio para desahuciados a la derecha

Mientras intentaba observar la incineración de un cuerpo, una trompeta aguda sonó a mi oído para abrir paso a un nuevo cadáver que llegaba al complejo del Pashupatinath. El cuerpo sin vida de una mujer que reflejaba cerca de sesenta años era transportado hacia las plataformas envuelto en sábanas delicadas, adornado con flores de color naranja y sostenido por cuatro hombres en una camilla metálica.  Una vez el cuerpo puesto en el piso, los deudos empezaron a preparar en la plataforma un altar de madera sobre el que levantaron un pequeño baldaquino de madera que cubrían con flores similares a las que envolvían el cadáver. Son flores de caléndula que, así como en los matrimonios y en otras ocasiones o lugares especiales, simbolizan la esperanza de la fecundidad y la bendición futura. El rostro gris de la difunta cubierta de guirnaldas era tan impávido como el de quienes le rodeaban, que observaban en silencio y sin asomo de llantos, cómo su madre, esposa o hija era preparada para el viaje hacia la morada celestial que Shiva le había reservado.

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En el Pashupatinath, así como la vida, la muerte es un trabajo de equipo que nos concierne a todos por igual. Una persona prepara el altar y lo adorna, mientras otra trae la leña gruesa y la paja delgada que cubrirá el cuerpo. Cuando el altar va quedando listo, y en un gesto de aceptar lo natural que es la muerte entre quienes estamos vivos, los acompañantes descienden el cuerpo en la camilla de metal y lo ponen en las escaleras con los pies hacia la orilla, con cuidado de no dejarlo caer en el río.  Con la delicadeza de quien desea expresar por última vez su afecto al cuerpo de quien se amó en vida, los deudos descienden al Bagmati para tomar agua con sus manos. Luego suben y dejan caer algunas gotas del agua (pura para ellos y contaminada a la vista y el olfato del visitante) en la cara y el cuerpo recién fallecidos. Al mismo tiempo, y con la misma delicadeza amorosa, otros deudos ponen más guirnaldas de caléndula en el cuerpo, las manos y la cabeza de la difunta, en un intento de otorgar al cadáver su última expresión de dignidad antes de su incineración. Casi de manera simultánea, y sin derramar una lágrima, los mismos deudos empiezan a traer varitas de incienso para quemar lentamente las sábanas y flores secas que cubren el cuerpo. Las aguas del Bagmati, afluente sagrado del Ganges y río purificador del valle de Katmandú, las flores de caléndula, las sábanas delicadas, el fuego del incienso y el amor de los allegados se unen para liberar para siempre este cuerpo de sus impurezas antes de que su descomposición avance.

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Deudos esperan al lado del baldaquino y del cuerpo (centro) cubierto de flores de caléndula

Con las primeras chispas de la combustión, los deudos suben la camilla por la escalera y ponen con cuidado el cuerpo en la plataforma bajo el baldaquino de madera. Mientras el leñero cubre el cuerpo con madera gruesa, la familia transporta bultos de paja ubicados al lado del altar y otros asistentes ponen sobre las pajas las últimas varitas de incienso encendidas para acelerar la despedida. El fuego purificador recuerda a los presentes la fragilidad y efimeridad de la vida, el sinsentido de apegarse a las formas, placeres y deseos de este cuerpo transitorio, y la necesidad de reconocer cuánto necesitamos de los demás incluso para volver al fuego, al aire, al agua, o a la tierra a los que pertenecemos.

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La candelada del altar al aire libre se uno a la de dos, tres, siete, diez o más cremaciones que ocurren simultáneamente día y noche, todos los días del año, en diversas plataformas en las que el mismo ritual sucede con apenas algunos minutos u horas de diferencia. Los muertos de castas más altas son cremados en las plataformas más cercanas del altar de Shiva, a solo 30 o 40 metros río arriba. En ellas, y también pocas horas después de su muerte, fueron cremados los cuerpos de la familia real nepalí asesinada en 2001 así como algunos primeros ministros y antiguos jefes de Estado del país del Himalaya. Aunque ni siquiera la muerte parece escapar a las diferencias de castas establecidas en el hinduismo, la forma de las hogueras es la misma para las castas altas y bajas, separadas únicamente por el puente que comunica las dos orillas del templo. Insalubre para algunos y chocante para otros, el ritual de cremación a cielo abierto y deudos impertérritos del templo de las bestias ofrece una lección clara y directa de humildad y aceptación frente a la fragilidad y transitoriedad de la vida. El fuego inclemente del Pashupatinath nos recuerda a todos que somos iguales ante la muerte, una realidad de la que ni humanos ni animales podemos escapar.

A diferencia de los cementerios occidentales, el ritual no es un acto de tristeza, de tragedia o de negación para disfrazar el dolor de la muerte. En la orilla opuesta a los crematorios y sobre la plataforma de oración situada en la orilla izquierda, un grupo de fieles baila y canta a Shiva una puya con antorchas luminosas y vestidos religiosos tradicionales. Solo a unos metros de los cuerpos ardientes, los espectadores bailan a la par de los adoradores danzantes mientras otros aplauden y cantan con alegría siguiendo el ritmo sagrado.

– ¿Es un canto para los muertos? – Le pregunto a mi guía.

– No, es un canto a Shiva, son alabanzas – responde él con despreocupación.

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Mi ignorancia frente a la cultura nepalí y la religión hindú me impide encontrar lógica en su respuesta. Sin embargo, me da la impresión de que el fuego de los cánticos y las danzas de la orilla izquierda, que es el mismo fuego de la cremación de la derecha, nos recuerda que la vida y la muerte son una misma cosa; que ambas están siempre unidas; que la vida solo tiene sentido si tenemos en cuenta la muerte y que la muerte solo tiene sentido si hemos vivido de manera significativa.

Al frente de las graderías de la puya cantada, solo a 20 metros de los crematorios, un hospicio de tres pisos alberga a los enfermos desahuciados. Seguramente el olor del río y de las cremaciones, que se filtra por las ventanas del edificio, les anticipa lo que será su futuro inmediato. De acuerdo con la tradición hindú, las familias de estos seres les han traído para asegurarles, tan pronto mueran, un lugar privilegiados en el crematorio sagrado del Pashupatinath y con ello, un paso directo al paraíso de Shiva. Solo en casos excepcionales las familias esperan uno o dos días la llegada de familiares que viven en otros países. El cuerpo humano se descompone rápido y su impureza puede ser un obstáculo para alcanzar el paraíso al que se llega a través del Bagmati.

Según me cuenta mi guía, en los pueblos y parajes rurales de Nepal y la India, la gente es cremada en las cabeceras de los ríos afluentes del Bagmati y del Ganges. Por ello, las aguas de los ríos que irrigan las tierras de estos países están llenos de las cenizas de su gente. Las aguas de estos países transportan no solo a los vivos, sino también a sus ancestros, quienes viven a través las plantas y productos que nacen las tierras irrigadas por ellas. En otras palabras, el rito de la cremación a cielo abierto al lado del río sagrado materializa la creencia hinduista según la cual todos los seres estamos conectados como parte de un mismo todo. Así, por el bien de todos, cada ser debe ser cuidadoso con sus acciones y solo unidos podemos transformar el karma que compartimos.

Al final de la puya, la combustión de uno de los cuerpos también ha terminado. Es solo una coincidencia, porque cada hora al menos tres cuerpos son incinerados en el principal templo de una ciudad que no para de crecer con la migración que viene de los campos o con los miles de refugiados que llegan de Bután, Bangladesh o Myanmar. Sin más qué quemar y con muchos menos allegados que al comienzo del ritual, el leñero tira al río las cenizas de huesos mezclados con madera, flores, incienso y telas de sábanas. El golpe seco de la leña que cae al río, el sonido de algunos carbones ardientes en contacto con el agua y una polvareda cenicienta marcan el fin de las tres o cuatro horas que toma quemar un cuerpo humano a cielo abierto. Con una escoba de paja, el leñero se asegura de que nada más quede en la plataforma y la deja lista para el próximo funeral. En Nepal, cinco horas después de la muerte de una persona, no queda nada de ella ni de su funeral: no hay altar, no hay baldaquino, no hay flores, no hay madera, no hay leña, ni siquiera cenizas, solo el río que se las llevó y el testimonio de quienes presenciamos un adiós profundamente revelador y significativo.

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Nada queda después de la muerte. Para un testigo occidentalizado como yo, solo queda la experiencia viva de que la muerte y la vida son una misma cosa, la certeza de que lo que le acaba de suceder al cuerpo de la difunta nos puede suceder a cualquiera de nosotros en cualquier instante, y de que la vida no es este cuerpo en constante degradación. Por eso no hay que aferrarse a él, no hay que juzgar a otros por su cuerpo, ni buscar el sentido de la vida en nuestro cuerpo ni en el de otros.

Antes de salir del templo, algunos visitantes descienden al río, toman agua en sus manos y se la llevan a la cabeza para pedir la bendición de Shiva. A la salida, grupos de visitantes toman sus buses de regreso a pueblos lejanos de Nepal o de la India, desde donde han peregrinado. Otros vuelven a las posadas u hoteles situados a unos cien metros de los crematorios a cielo abierto. Los venteros de comida afuera del templo ofrecen sus productos como lo han hecho a lo largo del día, algunos niños piden dinero a los extranjeros y mi guía conversa con el taxista sobre los planes que tienen para el domingo. La visita al Pashupatinath ha terminado y la vida sigue. Mientras tanto, una nueva hoguera se enciende en el templo para seguir recordando a las bestias que quedamos en este mundo que la muerte es el fin inevitable en incesante de quienes estamos en este ciclo de la vida y que, en cualquier momento, todo se puede acabar.

Álvaro Diego Herrera.

Montreal, 3 de febrero de 2018

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5 thoughts on “El templo del señor de las bestias en Nepal: donde el fuego purifica la muerte y la vida vuelve a sus orígenes

  1. Dieguito buena noche,es impresionante tu relato,la verdad es que yo ya no asimilo la interiorización de esa cultura, obviamente nacidos y criados en ambientes y culturas diferentes,pero aún así no entiendo porque mantenerse en ese estado, habiendo tantas opciones para paulatinamente ir cambiando

    El may. 13, 2018 6:19 PM, “Cada viaje es un encuentro…” escribió:
    aldiherrera posted: “Insalubre para algunos y chocante para otros, el ritual de cremación a cielo abierto y deudos impertérritos del templo de las bestias ofrece una lección clara y directa de humildad y aceptación frente a la fragilidad y transitoriedad de la vida. El fuego “

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    1. Cada cultura es diferente y tiene sus propias lógicas respetables. Creo que lo importante es aprender de cada una de ellas aún cuando no compartamos sus visiones.

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      1. Qué estupenda crónica de viaje y profunda reflexión. Muchas cosas que no sabemos, mucho por aprender y por desaprender también.

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